Opina una Venezolana: Dumbo es más Útil que Juanito.

OPINIÓN.-

 

(FOTO DE INTERNET)

Cuando era niña, lloré a mares mirando a Dumbo llorar a su vez por culpa de sus orejas  grandes. A mí me calmó un montón saber que tener orejas grandes o ser flaquita (mi caso) no era para echarse a llorar. Las orejas lo hacían ver distinto y feo a los ojos de los demás elefantes del circo, sin embargo, una historia de autoconfianza, autoestima, perseverancia y amor materno, yacía como un iceberg debajo de aquella tierna historia de nuestro pana Walt. Y yo acepté ser flaquita. Los niños que tuvimos la oportunidad de ver Dumbo, aprendimos que detrás de un aparente “defecto” (ahora los expertos del análisis transaccional lo llaman “debilidades” y tienen razón) en realidad existe una fortaleza escondida que no hemos sabido o podido desarrollar. Desde entonces amé a los elefantes. Así como después de ver Bambi amé a los venaditos, a los conejitos, a los castorcitos y a todos los animalitos del bosque. Disney logró, entre otras maravillas, estimular en los niños el amor a los animales -salvajes o domesticados-.

Después fui creciendo y me topé con libros,  noticias y realidades sobre el mundo cruel y real. Leyendo mucho me enteré, por ejemplo, que gracias a los elegantes sombreros de las damas inglesas se extinguieron varias especies africanas. O, que aquellas estolas glamorosas de piel de armiño para ir al teatro, estaban tan manchadas de sangre como esas damas ignorantes. Me enteré -también- que la generación de mi padre  no conoció un gran porcentaje de especies extintas apenas hacía 50 años. Que tal vez la metáfora del diluvio universal, era -en el fondo- publicidad pagada por Dios para las generaciones futuras, y no supimos sintonizar el canal de la misericordia con los animales del planeta.

Cada vez que me las doy de sexy y quiero ponerme alguna crema en el cabello, me fijo muy bien que sea de oliva, aguacate, huevos o algo así, vegetal y renovable. Eso de tener un pastel en la cabeza con “esperma de ballena”, “placenta de oveja”, “testículos de chivo”, me revuelve el estómago y me hace sentir culpable. Igualmente, me alivia haber tenido siempre la libido en alto para no recurrir a brebajes desesperados como “cuerno de rinoceronte” o “sesos de mono vivo”. ¡Válgame Dios!, que uno ha vivido para escuchar barbaridades.

También pienso mucho en África desde que me enteré de ésta nueva teoría de poblamiento del planeta. Resultó que todos tenemos algo de Lucy, inclusive los del Kukuxklán  o los auto engañados arios nazi. Muy en el fondo sabía que mis rulitos, aunque originalmente rojizos, tenían su salto atrás, además de las historias que contaba mi abuela paterna sobre nuestros familiares negritos (me niego al término Afro descendiente). África siempre fue un misterio para mí, desde que leí a muy tierna edad: “Las Minas del Rey Salomón” o miraba en TV  aquel hombre corpulento y mudo que hacía dar la “vuelta rinquin”  a Chita. Después vino “Casablanca”, en una África distinta, con bereberes y camellos o las “Aventuras del Dr. Livingston” descubriendo lo descubierto, algo así como un Colón inglés pero sin Rodrigo de Triana.

Tiempo después me enamoré de Maya, el elefante que cargaba en su lomo la diferencia del hombre blanco y el indio unidos en la diversidad y en un objetivo común. Me enamoré de las focas que aplauden en el Seaquarium de Miami, era más bien, algo así como lástima, imaginándome a nosotros mismos en manos de extraterrestres que nos hacían aplaudir a cambio de una sardinita. En fin, que fui una niña que creció mirando las noticias y los libros, una niña con medianos recursos monetarios y nunca pude viajar a África a mirarla de cerca, tal vez con el paradigma de un costosísimo boleto. Y aun quiero ir, aun está en mis planes conocer el Serengueti, subir -a pesar de mi incipiente artritis- al Kilimanjaro, mirar entre la espesa niebla a los gorilas que tanto mimó Diane Fossey (aunque confieso mi cobardía). Aun quiero conocer el origen de los judíos de Etiopía y el camino de regreso que tomó  la reina Saba cuando “cortó palitos”  con el Rey Salomón. El país de Miriam Makeba, el de Mandela, el de las niñas que sufren ablaciones, el de Nefertitis, el país vejado para extraer diamantes, el de Yaya Touré, el de Abebe Bikila, el país de la canela o el país liberado del yugo de  Idi Amin Dada.

Y si yo, niña venezolana de recursos medianitos, se enteró y  creció consciente de la tragedia que vivió y aun vive África, del despojo, del hambre, de la miseria, si conozco su biodiversidad y la fragilidad de su ecosistema, de las muchas especies que ya no volveremos a ver o lo que es peor, nunca conoceremos ni en foto, ¿Se imaginan lo que puede hacer y saber la sabiduría de un niño nacido príncipe? Digo yo, aquí en mi escasa sapiencia: Que un príncipe moderno ha sido educado para reinar con sentido de misericordia con humanos y animales. Que la ingenuidad me lleva a pensar que eso de ser inhumanos e indiferentes (¿Existirá el término inanimal?) eran sentimientos propios de los Luises, Los Hannover, los Tudor, los Borbones del pasado. Pero no. Que la instantaneidad es un arma de doble filo y que en la foto en la cual sale Juanito matando elefantes, se distingue claramente el  humito que sale por la boca de la escopeta. Que un Rey no está para eso, que está para reinar sabiamente y sobre todo sabiendo que su país va cuesta abajo en la rodada y están a punto de volver a ser inmigrantes con una “mano adelante y otra atrás”. Que Juanito no es cualquier ciudadano (¿O sí?) que no se puede hablar de retirar soldados de Pakistán y por el otro lado ir personalmente con escopetas a  matar a Dumbo.

Me late que Juanito no vio la película y no lloró con él. Y, mirando otra vez mi ombligo me pregunto: ¿Qué se sabe de nuestro oso frontino?

Nota bene: que te mejores Juanito, que los que si amamos a los elefantes también tenemos misericordia de sobra para ti.

Firma: la mamá de Dumbo.

Loly García

 

 

Bajo la protección del Articulo19 de la Declaración de Derechos Humanos, que estipula: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Declaración Universal de los Derechos Humanos; Asamblea General de la ONU el 10.12.1948.

Comments
3 Responses to “Opina una Venezolana: Dumbo es más Útil que Juanito.”
  1. carol dice:

    Excelente artículo! y verdaderamente, los reyes, así como las celebridades, tienen que dar el ejemplo! Ser responsables, ser ecológicos y defender el medioambiente y sus animales…

  2. juan dice:

    que articulo tan majestuoso y bien redactado, te felicito espero sigas asi…….

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