PASCUAL ALBANESE: «China y Corea del Norte»
OPINIÓN.
Por Pascual Albanese*/ EL TRIBUTO.INFO
China provee a Corea del Norte el 45% de sus alimentos, el 80% de sus bienes de consumo y el 90% de su energía. China teme que el derrumbe de Norcorea acelere la reunificación de la península bajo la hegemonía de Corea del Sur.
La historia no se repite pero a veces se parece. Probablemente nunca estuvo el mundo más cerca de una tercera guerra mundial que en 1950, cuando las tropas de Corea del Norte invadieron Corea del Sur y dieron comienzo a una contienda que duró tres años, en la que China apoyó militarmente a los comunistas coreanos y Estados Unidos a los surcoreanos. Recién en 1953 se llegó a un armisticio que institucionalizó la división del país en torno al paralelo 38, con una franja desmilitarizada de cuatro kilómetros entre las fronteras de ambos estados, situación que se prolonga desde hace sesenta años.
Hoy, la comunidad internacional observa alarmada la actitud intimidatorio asumida por el joven líder norcoreano, Kim Jong-un, quien anunció que su país volvía a ponerse en “estado de guerra” con Corea del Sur y amenazó con un ataque nuclear. En la Casa Blanca se recuerda la polémica definición de George W. Bush, quien en 2001 caracterizó como el “eje del mal” al trípode formado por Irak, Irán y Corea del Norte.
Estados Unidos está obligado a redoblar la apuesta en defensa de sus aliados surcoreanos y a hacerse eco del temor de Japón, único pueblo del mundo que, cuatro años antes del estallido de la guerra de Corea, sufrió en carne propia el poder destructivo de una bomba atómica.
Conciente de que ya pasó el “momento unipolar” de la historia mundial que sobrevino al fin de la guerra fría, Washington apela a China, sostén externo del régimen norcoreano, para generar un cinturón de contención ante la escalada belicista. China provee a Corea del Norte el 45% de sus alimentos, el 80% de sus bienes de consumo y el 90% de su energía.
Un comunismo monárquico
Pero China tiene que moverse con cautela. En primer lugar, porque Beijing teme que el derrumbe del régimen de Kim Jong-un acelere la reunificación de la península coreana bajo la hegemonía de Corea del Sur, tal cual sucedió con Alemania tras la caída del muro de Berlín, y no quiere que una Corea reunificada bajo esos términos lleve a un aliado militar de Estados Unidos, que tiene 28.000 soldados estacionados en su territorio, a erigirse en estado fronterizo con China.
Hay otro factor que explica la prudencia china. Corea del Norte es hasta hoy el único régimen comunista que se niega a cambiar. China primero, Vietnam después y ahora Cuba son ejemplos paradigmáticos de un “aggiornamiento” exitoso. Tres de los cuatro partidos comunistas que sobreviven al frente de su respectivos países optaron por adecuarse a las reglas de la globalización.
No es el caso del régimen de Pyongyang, que constituye además la primera y única dinastía comunista. Kim Jong-un es el hijo de Kim Jong-il, primogénito a su vez del gran líder del comunismo coreano, Kim Il Sung, creador de la doctrina del “socialismo suche”, una teoría que entremezcla marxismo y nacionalismo bajo la premisa de la autosuficiencia nacional en todos los órdenes.
A pesar de su atraso económico y tecnológico, Corea del Norte es una potencia militar. Tiene el cuarto ejército del mundo, medido en cantidad de efectivos. Son más de 1.100.000 soldados. Su equipamiento es deficiente pero el hecho de haber logrado un precario poder nuclear convirtió al país en una importante fuente de preocupación global. Esa condición es tal vez la única carta de negociación internacional de un régimen económicamente exhausto.
Contraste entre las dos Coreas
En 1953, al terminar la guerra que ensangrentó la península, ambas coreas eran económicamente parejas. Sesenta años después las distancias son escandalosas. Con 48 millones de habitantes, Corea del Sur tiene un ingreso por habitante de 20.000 dólares, similar al de muchos países desarrollados. Con una población de 23 millones, Corea del Norte tiene un ingreso doce veces menor: 1.700 dólares por habitante, una cifra equivalente a la de países africanos como Sudán o Senegal. En ese rubro, Corea del Sur ocupa en el mundo el lugar 44, mientras que Corea del Norte está situada en el puesto 132.
Esta disparidad se expresa en todos los indicadores sociales. Corea del Sur tiene un consumo por habitante de 3.100 calorías, Corea del Norte de 1.900 calorías. Los surcoreanos tienen una expectativa de vida de 79,2 años las mujeres y 71,8 años los hombres, mientras que en Corea del Norte las mujeres tienen una expectativa de vida de 66 años y los hombres de 60,5. En Corea del Sur la mortalidad infantil es de cinco niños cada mil por año, en Corea del Norte es nueve veces mayor y trepa a 45 niños cada mil. En Corea del Sur hay 1.500.000 de estudiantes universitarios, en Corea del Norte 400.000.
En términos estructurales, Corea del Norte es un ejemplo arquetípico de atraso económico y social. Corea del Sur, junto a Singapur, Taiwán y Hong Kong, fue uno de los famosos “pequeños tigres” que en la década del 70 protagonizaron la primera expresión de lo que después de conoció como mundo emergente, integrado por países que salen del subdesarrollo, elevan drásticamente su nivel de vida y se integran dinámicamente en la economía mundial.
Apertura o derrumbe
Resulta obvio que el régimen norcoreano enfrenta una disyuntiva estratégica: abrirse o sucumbir. Pero la cúpula comunista y los altos mandos militares, que configuran el núcleo de la estructura de poder, temen que, como sucedió en la Unión Soviética con Mijail Gorbachov, más que una opción se trate de una secuencia y que la apertura sea el prólogo de la desaparición.
Kim Jong-un, cuya capacidad de liderazgo está a prueba, se bambolea entre las exigencias contradictorias de una realidad económica que demanda una urgente apertura y las presiones políticas de la vieja guardia partidaria y militar.
Curiosamente, a principios de año, antes de internarse en esta retórica belicista, el mandatario coreano anunció un giro económico aperturista. En esa dirección, se interpretaron la reposición en el Ministerio de Economía de Pak Pong-ju, un tecnócrata modernizante, que había sido desplazado del cargo por el padre de Kim, y el inédito llamado gubernamental a la inversión extranjera rusa y alemana.
En medio de ese delicado equilibrio, las flamantes autoridades chinas, encabezadas por Xi Jinping, también tienen que demostrar a la comunidad internacional, y en especial a Estados Unidos, que el gigante asiático está a la altura de las nuevas responsabilidades políticas que le corresponden como potencia global.
Obvio resulta que Beijing aspira a que Corea del Norte imite el “modelo chino”. Hay empero un obstáculo adicional: a diferencia de lo que sucedía en China, donde a pesar del comunismo había una antigua cultura comercial que facilitó el giro de Deng Siao Ping, en Corea del Norte el Estado lo es todo y no existe nada parecido a un embrión de empresariado local capaz de construir una economía de mercado.
En Corea del Norte, el capitalismo tendrá entonces que edificarse desde afuera hacia adentro, sea a través de la reunificación nacional o de su conversión lisa y llana en un protectorado chino.
* Pascual Albanese, Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico.
06/Abril/2013. – 18:44 hrs.